¿Qué Es una Fe Muerta?

del El Evangelio Bajo Sitio, Capítulo 3

por Zane C. Hodges


© 1985 por Redención Viva


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“La fe sin obras es muerta.” Así habló Santiago en el segundo capítulo de
su epístola. Su declaración ha sido base para muchas apelaciones a favor del punto de
vista que dice que las buenas obras son indispensables para la salvación eterna del
hombre.

A veces, por supuesto, es admitido francamente que si la fe no es seguida por buenas
obras, el creyente deja de tener vida eterna. Otras veces, un camiAll Pagesno más sutil es tomado.
Si un cristiano profesante no manifiesta buenas obras, él nunca fue un verdadero
creyente. Cualquiera que sea la cosa que esté diciendo Santiago, no puede ser ninguna de
estas dos ideas.

La segunda idea, en particular, es tan insostenible, que si no fuera mantenida por
hombres de obvia sinceridad, se pudiera llamar deshonesta. De acuerdo a esta idea, una fe
muerta no puede salvar. Entonces, si un hombre no tiene la evidencia crucial de las buenas
obras, eso enseña que siempre y únicamente ha tenido una fe muerta.

Esto va directamente en contra del texto bíblico. En Santiago 2:26 el escritor afirma,
“Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras
está muerta.” Ninguno que encuentre un cuerpo muerto cuyo espíritu ya se haya
apartado, concluiría que el cuerpo nunca ha tenido vida. Al contrario. La presencia de un
cadaver es prueba clarísima de la pérdida de vida. Si dejamos que esta
ilustración hable por sí misma, entonces la presencia de una fe muerta apunta a una fe
que antes estaba viva.

Tampoco hay alguna cosa en el resto del pasaje que apoye otra inferencia. Como en las
otras partes de la epístola, está escrito a hermanos cristianos (2:14; cf; 1:2,16,19;
2:1,5; 3:1,10,12; etc.). No hay absolutamente nada para sugerir que Santiago creía que si
la fe de uno es pronunciada muerta, por esa razón siempre ha estado muerta. Esta
deducción no es producto de exégesis. Es, más bien, un intento desesperado para lograr
algún tipo de acuerdo entre Santiago y la doctrina de Pablo. Pero, el desvirtuar el
significado del texto, ha resultado en inmensa confusión la cual ha tenido un impacto
adverso sobre la comprensión que el hombre tiene del evangelio de la gracia salvadora de
Dios.

Uno debe observar desde el principio que, como todos los escritores inspirados,
Santiago creía que la vida eterna era el regalo de Dios por la gracia. Esto está
claramente expresado en un pasaje espléndido en el primer capítulo:

Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces,
en el cual no hay mundanza, ni sombra de variación. Él, de su voluntad, nos hizo nacer
por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas (Stgo. 1:17,18).

Cualquier persona que esté familiarizada con las palabras de Jesús, como lo estaba
Santiago, verá de inmediato las resonancias de una declaración como esta. El nuevo
nacimiento es un acto soberano de Dios. Es una de sus dádivas buenas y perfectas que
viene de lo alto.

En efecto, en la expresión “de lo alto,” Santiago emplea exactamente la
misma palabra que usó Jesús cuando le dijo a Nicodemo, “Os es necesario nacer de
nuevo
” (Jn. 3:7). El término griego en discusión es anothen, y significa

“de nuevo” y también “de lo alto.” La selección de esta palabra por
nuestro Señor en su discurso con Nicodemo era, sin duda, intencional. El nacimiento
sobrenatural que estaba describiendo era ambas cosas: un nacimiento “de nuevo
y también “de lo alto.” El juego de palabras usado aquí es efectivo.

Uno nota en la afirmación de Santiago acerca de nuestro renacimiento un énfasis
fuerte sobre la voluntad soberana de Dios. “Él, de su voluntad nos ha engendrado
…” insiste Santiago. Este punto de vista nos recuerda la declaración de Pablo
encontrada en 2 Corintios 4:6, “Porque Dios, que mandó que las tinieblas
resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación
del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.” Aquí tambien, el
acto soberano de Dios está acentuado.

Ni Pablo ni Santiago tenían intención, con tales palabras, de negar la necesidad de
la fe. Pero la fe, como hemos visto en los pasajes simples y directos donde la Biblia
habla de la salvación, no es nada más que el responder a la iniciativa divina. Es el
modo de recibir el regalo de la vida. Habiendo aclarado esto, es completamente apropiado
el ver a Dios como el Autor soberano en el instante de la conversión. Él es el que
decide regenerar. Nosotros simplemente nos abrimos a esa acción con la receptividad de un
corazón creyente.

No hay razón para dudar que Santiago y Pablo estaban de acuerdo fundamental acerca de
la manera en que se recibe la vida eterna. Para los dos es el regalo de Dios, dado
soberanamente en su gracia. Es notable, sin embargo, que precisamente cuando concedemos
esta unidad de perspectiva, es que podemos realmente entender el significado de la
instrucción de Santiago sobre las obras.

El lugar donde debemos empezar es donde empieza Santiago. En Santiago 2:14, su famosa
discusión empieza con las palabras, “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si
alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” La
interpretación del griego aquí es crítica para una interpretación correcta del pasaje.
La forma de la pregunta que hace Santiago en la parte final del versículo implica una
respuesta negativa. La respuesta esperada, desde el punto de vista de Santiago, sería,
“Nó, la fe no lo puede salvar.”

Por supuesto, aquellos que mantienen que la fe y las obras son ambas necesarias para
alcanzar el cielo no tienen problema con una cuestión como esta. Para ellos esto
simplemente enseña que la fe por sí sola no es suficiente. El hecho de que eso es
precisamente lo que Santiago dice en el versículo 17 debe ser encarado directamente.
“Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.”

Pero el problema surge cuando uno intenta sintetizar este tipo de declaración con la
negación inequívoca de Pablo de que las obras son una condición de la salvación. Para
Pablo, la adición de las obras sería una negación de la gracia. Él es enfático en
este punto: “Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es
gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra” (Rom.
11:6). ¡Es difícil disputar con este punto de vista! Más que eso, es imposible hacerlo.
Lo que Pablo dice es que una vez que las obras se convierten en la condición para
alcanzar una meta, ya no puede decirse que esa meta se alcanza por la gracia.

Pero en Santiago 2, Santiago claramente hace de las obras una condición de la
salvación. El no admitir esto es la fuente principal de los problemas que se supone
vienen de este pasaje para la mayoría de los evangélicos. Tenemos que comenzar por
admitir este punto.

Pero en vez de admitirlo, muchas veces este punto es evadido. Esto es hecho
frecuentemente con la intención de traducir la pregunta, “Puede esa [o ese tipo de]
fe salvarlo?” Pero la introducción de palabras como “esa” o “ese tipo
de” para modificar la palabra “fe” es, en resumidas cuentas, evadir lo que
dice el texto. El griego de ninguna manera da validez a tal posibilidad de traducción.

La justificación para la interpretación “ese tipo de fe” o “esa
fe” es buscada normalmente en la presencia del artículo definido en el griego con la
palabra “fe.” Pero en este mismo pasaje el artículo también se encuentra con
“fe” en los versículos 17,18,20,22 y 26. (¡En el versículo 22 la referencia
es a la fe de Abraham!) En ninguno de estos lugares se pueden proponer las palabras
“esa” o “ese tipo” como una traducción natural. Es un dato muy
conocido que el lenguaje griego usa muchas veces el artículo definido con substantivos
abstractos donde el español no los usa. (El problema en inglés es peor y en ese lenguaje
se escriben muchísimos de los libros que hablan de este pasaje.) El intento de dar a
Santiago 2:14 un tratamiento especializado lleva la refutación escrita en su propia
frente. El punto de Santiago es simple en realidad. La fe sola no puede salvar.

¿Pero ahora con qué nos quedamos? ¿Una contradicción entre Santiago y Pablo? Esto
es lo que muchos han enseñado francamente, y es fácil de ver porqué. Si Santiago y
Pablo están hablando de la misma cosa, se contradicen. Pero, ¿hablan de la
misma cosa, o nó?

En el capítulo que inicia la epístola, poco después de declarar que sus lectores son
engendrados por la actividad regenerante de Dios (1:18), Santiago escribe:

Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con
mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. Pero sed hacedores
de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos (Stgo.
1:21,22).

Es fácil observar que este pasaje es análogo a 2:14. Aquí también Santiago afirma
la necesidad de hacer algo, y claramente da el significado que solamente si sus
lectores cumplen la palabra de Dios podrá esa palabra “hacer salvas” sus
“almas.”

A primera vista, esto solo parece repetir el problema ya encontrado. Pero en verdad nos
ofrece la solución. La razón que no lo vemos inmediatamente tiene que ver con el hecho
que somos personas con una larga historia de indoctrinación teológica. Para nosotros, la
expresión “salvar vuestras almas” se relaciona naturalmente con el significado
“ser librado del infierno.”

Pero este es el significado que tendría la menor probabilidad de ocurrírsele a
un griego que leyera ese texto. La verdad es que la expresión “salvar el alma”
representa una frase griega cuyo equivalente hispano mas cercano sería “salvar la
vida.” Se encuentra con este sentido en el Nuevo Testamento en los pasajes paralelos
de Marcos 3:4 y Lucas 6:9 (ve también Lucas 9:56). Entre los numerosos lugares en la
traducción griega del Antiguo Testamento, las siguientes citas serían muy claras al
lector hispano: Génesis 19:17 y 32:30; 1 Samuel 19:11; y Jeremías 48:6. Quizá mas a
propósito, la frase ocurre de nuevo en Santiago 5:20, y aquí las palabras “de
muerte” son explícitamente agregadas.

En contraste, ¡la expresión nunca se encuentra en el Nuevo Testamento en un texto que
habla de la experiencia de la conversión!

El significado natural de la frase griega (el “salvar la vida”) encaja
perfectamente en el contexto mayor de Santiago 1. Anteriormente Santiago estaba
discutiendo las consecuencias del pecado. Había dicho, “Entonces la concupiscencia,
después que ha concebido, da a luz el pecado, y el pecado, siendo consumado, da a luz la
muerte” (1:15). Es fácil ver cómo la obediencia a la palabra de Dios puede
“salvar la vida” del resultado de muerte que trae el pecado. Hay aquí un eco de
la verdad que predica Pablo, “porque Si vivís conforme a la carne, moriréis”
(Rom. 8:13).

Con esta construcción de Santiago 1:21, la declaración de 5:19,20 está en acuerdo
completo. Esa declaración también está escrita a cristianos:

Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le
hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de
muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados.

Con esta nota atractiva de mutua preocupación espiritual entre los creyentes, Santiago
cierra su carta. Pero al hacerlo, llega a enfatizar de nuevo que el pecado resulta en
muerte.

Muchos han observado que de todos los escritos del Nuevo Testamento, la epístola de
Santiago es la que más refleja la literatura de sabiduría del Antiguo Testamento. El
tema de la muerte como consecuencia del pecado es extremadamente frecuente en el libro de
Proverbios. Algunos textos ilustrativos se pueden presentar aquí:

El temor de Jehová aumentará los días; mas los años de los impíos serán
acortados (Pro. 10:27).
Como la justicia conduce a la vida, así el que sigue el mal lo hace para su muerte (Pro.
11:19).
En el camino de la justicia está la vida; y en sus caminos no hay muerte (Pro. 12:28).
La ley del sabio es manantial de vida, para apartarse de los lazos de la muerte (Pro.
13:14).
El que guarda el mandamiento guarda su alma; mas el que menosprecia sus caminos morirá
(Pro. 19:16).

Es evidente que este es el concepto que forma el trasfondo para el pensamiento de
Santiago y en el Antiguo Testamento. Un reconocimiento de este hecho aclarará muchas
cosas.

Lo mejor es ver Santiago 1:21-2:26 como una sola unidad en el argumento de la
epístola. Santiago 1:21 establece el tema. Los lectores, quienes son cristianos
regenerados (1:18), tienen que dejar atrás la maldad y recibir la palabra de Dios como el
medio que puede salvar sus vidas. Pero tienen que entender (1:22-25) que esto solo
ocurrirá si son hacedores de la palabra y no solamente oidores. El ser solamente un oidor
es cometer el error de verse en el espejo divino de la verdad y olvidar lo que este dice
de nosotros. Solo uno que es “hacedor de la obra” (1:25) puede esperar la
bendición de Dios en su vida.

A continuación, en 1:26-2:13 se encuentra información específica sobre lo que un
“hacedor de la obra” hace específicamente. Controla su lengua, ayuda a los
necesitados y se aparta del pecado mundano (1:26,27). Además, rechaza el espíritu de
parcialidad y favoritismo, el cual es muy común en el mundo (2:1-13). Ese espíritu es
totalmente inconsecuente con la fe en el Señor glorioso (2:1). En su lugar debe haber
verdadera obediencia a “la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo” (2:8). En verdad, el amor, y su sierva, la misericordia, son medidas
por las cuales la vida del creyente será juzgada cuando Cristo juzgue a los suyos. El
creyente debe, entonces, hablar y obrar “como los que habeís de ser juzgados por la
ley de la libertad” (2:12). La referencia a 1:25 es clara.

Por supuesto, al referirse al juicio, Santiago no está contradiciendo la afirmación
en Juan 5:24 que el creyente no vendrá a condenación. El juicio del regenerado no es
para determinar si va al cielo o al infierno a base del peso de sus méritos. Pero el
Nuevo Testamento sí enseña un juicio de la experiencia terrenal del creyente en
conexión con recompensas, o la pérdida de las tales. (Vea 1 Cor. 3:12-15; 2 Cor. 5:10.)
Se dirá más sobre esto en otro capítulo.

Santiago 2:14-26 es la sub-sección final de la unidad mayor que abarca 1:21-2:26. En
2:14 Santiago regresa al tema expresado en 1:21 acerca de “salvar la vida.” Como
ya ha insistido que esto solo es posible cuando uno es “hacedor de la obra” [!],
quiere ahora disputar la idea que la fe puede substituirse por la obediencia y efectuar el
mismo resultado salvífico que había mencionado al principio. ¿Puede el hecho de que uno
tenga las creencias correctas y sea ortodoxo preservarle de las consecuencias mortíferas
del pecado? ¡Claro que no! El pensamiento mismo es absurdo. Es como dar solo buenas
palabras a un hermano o una hermana pobre, cuando lo que realmente necesitan es alimento y
ropa (2:15-16). ¡No sirve de nada!

En verdad, ¡este tipo de conducta insensible de parte de un cristiano hacia otro es
precisamente lo que Santiago nos ha dicho que no debe haber (1:27; 2:2-6)! Es una
excelente ilustración de su punto.

Después de esto, Santiago dice, “Así también la fe, si no tiene obras, es
muerta en sí misma” (2:17). Generalmente no se ha considerado muy profundamente el
por qué Santiago usa el término “muerta” para describir una fe que no obra,
pero en el momento que observamos la relación con el tema mayor, es decir “salvar la
vida,” entonces podemos entender. Lo que trata Santiago es el tema de vida o muerte.
está discutiendo la salvación del infierno!) La verdad que tiene en mente es la de
Proverbios: “La justicia tiende a la vida . . . Aquel que persigue la maldad la
persigue para su propia muerte.” ¿ una fe muerta salvar al cristiano de la muerte?
La pregunta trae su propia respuesta. El adjetivo “muerta” fue escogido por
Santiago porque ayudaba su argumento.

En 2:18-19 introduce las palabras de un oponente imaginario. Estos dos versículos son
totalmente las palabras del oponente La respuesta solo comienza en el versículo 20, como
lo muestran las palabras “Mas quieres saber, hombre vano . . .” El formato que
usa Santiago aquí era una forma familiar de la diatriba griega, una forma aprendida y
argumentativa en la literatura antigua. Tambien aparece este formato de discusión en 1
Corintios 15:35,36, como otro ejemplo en el Nuevo Testamento.

Como las palabras del versículo 19 sobre las creencias de los hombres y los demonios
son las palabras del oponente–¡ de Santiago!–su uso frecuente para presentar un punto
teológico está totalmente en error. Pero ¿é significa la objeción? Como la mayoría
de las copias manuscritas en griego tienen la palabra “por” en lugar de la
palabra familiar “sin” en el versículo 18, la declaración del disputante se
puede dar como sigue:

Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame tu fe por tus obras, y yo te mostraré,
por mis obras, mi fe. Tú crees que hay un solo Dios, haces bien. Los demonios también
creen, y tiemblan (Stgo. 2:18,19, griego).

El argumento expresado por estas palabras parece ser uno de “reductio ad
absurdum” (reducción al absurdo). Es absurdo, dice el disputante, ver una relación
íntima entre la fe y las obras. Tú no puedes tomar tu fe y mostrarme tus obras, ni yo,
del otro lado, puedo tomar mis obras y mostrarte mi fe. Los hombres y los demonios pueden
hasta creer la misma verdad (hay un solo Dios) pero su fe no tiene correlación con lo que
hacen. Tal convicción quizá haga que un hombre “haga bien” pero nunca mueve a
los demonios a “hacer bien.” Todo lo que pueden hacer es temblar.

Sin duda Santiago y sus lectores habían oído ya tales argumentos. Es precisamente el
tipo de defensa que pondría un hombre cuando su ortodoxia no está respaldada por buenas
obras. “La fe y las obras realmente no están relacionadas como tú dices, Santiago,
así que no juzgues la calidad de mi fe solo porque no haga esta u otra cosa.”

La respuesta de Santiago (2:20) puede ser parafraseada: “¡Qué argumento tán
insensato! ¡Qué necio eres por hacerlo! Todavía afirmo que sin obras tu fe es muerta.
¿Te gustaría saber por qué?”

Los versículos 21-23 son la refutación directa de Santiago a la objeción que ha sido
puesta. Esto es hecho claro en el texto griego por la forma en el singular de “No
ves” en versículo 22. Solo en el versículo 24 regresa Santiago al plural con
“vosotros véis.” Allí comienza Santiago de nuevo a hablar con sus lectores
directamente.

En su refutación de la objeción que ha citado, Santiago selecciona el nombre mas
prestigioso en la historia judía, el patriarca Abraham. Selecciona también su acto más
honrado de obediencia a Dios, la ofrenda de su propio hijo, Isaac. Como en los círculos
cristianos era hecho bien conocido que Abraham fue justificado por fe, Santiago ahora
agrega un toque totalmente original. ¡én fue justificado por obras!

Anteriormente en esta discusión sugerimos que podemos entender el punto de vista de
Santiago si tomamos por hecho su acuerdo total con Pablo. Eso es extremadamente pertinente
aquí. Santiago no desea negar que Abraham, o cualquier otro, puede ser justificado por la
fe solamente. Solo desea afirmar que hay también otra justificación, y que es por obras.
No hay, claramente, tal cosa como una sola justificación por fe y obras. Nada de lo que
dice Santiago sugiere eso. Mas bien, hay dos tipos de justificación.

Este punto es confirmado con una lectura cuidadosa del texto griego del versículo 24.
Cuando regresa a sus lectores en general, Santiago dice, “Vosotros véis, pues, que
el hombre es justificado por las obras, y no solamente [justificado] por la fe.” Para
entender lo que aquí se dice se tiene que ver que el adverbio “solamente” no
modifica solamente la palabra “fe” sino la idea completa de la segunda
claúsula. Santiago está diciendo: Justificación por fe no es el único tipo de
justificación que hay. También hay un tipo de justificación que es por obras.

A muchas personas les causa sorpresa saber que Pablo está tácitamente de acuerdo con
esto. Escribiendo, sin duda, años despues que Santiago, Pablo dice en Romanos 4:2,
“Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no
para con Dios.” La forma de la frase condicional es una que no niega en sí la verdad
del punto bajo consideración. La frase “pero no para con Dios” sugiere
enfáticamente que el apóstol puede concebir un sentido en que tal condición sea
verídica. Pero insiste, no es esa la manera en que los hombres son justificados ante
Dios. Eso es, no establece su posición legal delante de Él.

Para responder, entonces, al tipo de persona que trataba de divorciar la fe y las obras
en la experiencia cristiana, Santiago descubre una táctica ingeniosa. “Espera un
momento, hombre necio,” dice él, “haces mucho de la justificación por fe, pero
¿no puedes ver cómo Abraham también fue justificado por obras cuando ofreció su hijo
Isaac a Dios? (2:21) ¿No es obvio cómo su fe estaba cooperando con sus obras, y más que
eso, por sus obras su fe fue madurando? (2:22) En esta manera, también, el sentido pleno
de la Escritura acerca de su justificación por fe es iluminado, porque ahora él puede
ser llamado el amigo de Dios” (2:23).

El contenido de este pasaje es rico en verdad. Es una lástima que ha sido tan
grandemente malentendido. La fe que justifica–¡Santiago nunca niega que
justifica!–puede tener una parte activa y vital en la vida del creyente obediente. Como
con Abraham, puede ser la dinámica para maravillosos actos de obediencia. En el proceso,
la misma fe puede ser “perfeccionada.” La palabra griega sugiere desarrollo y
madurez. La fe, entonces, es nutrida y fortalecida por las obras.

Sería casi imposible encontrar una mejor ilustración del punto que hace Santiago en
cualquier otro lugar en la Biblia. La fe por la cual fue justificado Abraham era
implícitamente fe en un Dios de resurrección. Refiriéndose a esa ocasión cuando esa fe
fue ejercida por primera vez, Pablo escribió:

Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto
(siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por
incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios,
plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido
(Rom. 4:19-21).

Abraham estaba convencido que el Dios en quien creía podía vencer la
“muerte” de su propio cuerpo y de la matriz de Sara. Pero es solamente en la
prueba con Isaac que su fe se convierte en una convicción explícita de que Dios podía
literalmente resucitar a una persona de la muerte para cumplir su promesa. De acuerdo con
esto, el autor de Hebreos declara:

Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido
las promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada
descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de
donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir (Heb. 11:17-19).

¡Así fue nutrida y fortalecida le fe de Abraham por obras! De una convicción que
Dios podía vencer una “muerte” metafórica en su propio cuerpo, llegó a la
certidumbre que, si fuera necesario, Dios traería el cuerpo de su hijo Isaac de una
muerte dolorosamente real. En el proceso de llevar a cabo el mandato divino de sacrificar
a su amado niño, ¡su fe creció y alcanzó nuevas alturas de perfección!

De esta manera, también, la Escritura que citó su justificación original “fue
cumplida.” Ese texto (Gen. 15:6) no era una profecía, claro. Pero sus implicaciones
fueron ricamente desarrolladas y expuestas por la crónica de la obediencia de Abraham.
Las obras lo llenaron de significado, enseñando hasta qué punto la fe puede ayudar y
sostener una vida de obediencia. Aunque al principio era simple e inmadura, la fe
justificante de Abraham tenía ramificaciones potenciales que solo sus obras, construídas
sobre esta, podrían actualizar.

Y ahora podía ser llamado “amigo de Dios,” no solo por Dios, sino también
por los hombres (Isa. 41:8; 2 Cron. 20:7). ¡Por este título ha sido conocido Abraham
durante muchos siglos en muchas tierras y por lo menos, por tres religiones! Si no hubiera
obedecido a Dios en la prueba más grande de su vida, todavía estuviera justificado por
la fe que ejerció en Génesis 15:6, pero, al dejar que su fe viviera en sus obras,
alcanzó un título envidiable entre los hombres. En esta manera, ¡también fue
justificado por sus obras!

Cuando un hombre es justificado por fe, encuentra aceptación sin calificación ante
Dios. Como dice Pablo, tal hombre es uno “a quien Dios atribuye justicia sin
obras” (Rom. 4:6). Pero solo Dios puede ver esa transacción espiritual. Cuando, por
otra parte, un hombre es justificado por obras, alcanza una relación íntima con Dios que
se manifiesta a los hombres. Entonces puede ser llamado “el amigo de Dios,” como
dijo Cristo, “Vosotros sóis mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Juan
15:14).

Dejando atrás al oponente imaginario, Santiago regresa, en los versículos 24-26,
directamente a sus lectores. Rahab le suple su último ejemplo bíblico de justificación
por obras. “Asimismo,” escribe, “también Rahab la ramera, ¿no fue
justificada por obras . . . ?” (2:25).

Debe ser cuidadosamente observado que no dice, ¡”también Rahab la ramera,
no fue justificada por la fe y las obras”! Como ya se ha visto, Santiago no
conoce tal concepto. Habla exactamente de lo que dice que esta hablando: ¡justificación
por obras!

Rahab, de cualquier modo, es admirablemente apropiada para atar las cuerdas de su
argumento. El pasaje comenzó, como vimos, con una alusión a su tema de “salvar la
vida” (2:14; 1:21). No causa sorpresa, entonces, que Rahab fue escogida como una
persona cuya vida física fue “salvada” precisamente porque tuvo obras.

Se puede, con provecho, comparar las palabras de Santiago con la declaración del
escritor de Hebreos. En 11:31, él escribe de ella:

Por la fe Rahab la ramera no pereció juntamente con los desobedientes, habiendo
recibido a los espías en paz.

Ha de notarse que el autor de Hebreos señala su fe y pone énfasis en el hecho de que
“recibió” a los espías. Santiago, por otra parte, señala también el hecho de
que “los envió por otro camino.” La razón por esto es obvio cuando se
considera la historia en Josué 2. Hasta el último momento, ella podía haber traicionado
a los espías. Si hubiera deseado, pudiera haber mandado detras de ellos a los que
querían capturarlos. Que los espías mantenían dudas persistentes de la lealtad de Rahab
está sugerido en sus palabras en Josué 2:20, “Y si tú denunciares este nuestro
asunto, nosotros quedaremos libres de este tu juramento . . .” Pero el éxito del
escape de los espías demostró que Rahab era verdaderamente la “amiga de Dios”
porque se mostró amiga de los espías. ¡De esa manera Rahab fue justificada por obras!

Y en el proceso, ¡salvó su vida y la vida de su familia! Su fe, entonces, estaba muy viva
porque era una fe activa y obrante. Aunque era ramera–y los dos escritores inspirados nos
recuerdan que eso era–su fe viviente triunfó sobre las consecuencias naturales de su
pecado. Mientras todos los habitantes de Jericó murieron bajo el juicio de Dios ejecutado
por Israel, ella vivío porque su fe vivía.

Santiago, entonces, desea que sus lectores vean que las obras son realmente el
“espíritu” vitalizante que da vida a la fe como el espíritu humano da vida al
cuerpo humano (2:26). Cuando un cristiano deja de actuar por fe, esa fe se atrofia y se
vuelve poco más que un cadaver de creencia. “Ortodoxia muerta” es un peligro
que siempre confronta a la gente cristiana y hacen bien en cuidarse de ese peligro. Pero
el antídoto es simple: la fe permanece dinámica y viva en la medida que esté siendo
usada en obras reales de obediencia viva.

¿Contradice, entonces, Santiago la doctrina de la gracia gratuita de Pablo, o la
insistencia de Juan sobre la fe como única condición para la vida eterna? Ciertamente
no. Pero tampoco ofrece apoyo a la noción común que una “fe muerta” no puede
existir en la vida de un cristiano. Irónicamente, esa es exactamente la posición contra
la cual nos advierte. Por eso la malinterpretación de sus palabras ha causado, no solo
gran confusión sobre los términos para vida eterna, sino también que una advertencia
buena y saludable para la iglesia sea malentendida.

Los peligros de una fe moribunda son reales. Pero no incluyen el infierno, y nada de lo
que Santiago escribe sugiere esto. Sin embargo, el pecado sigue siendo una amenaza a la
experiencia cristiana, y puede llegar a terminar hasta con nuestra vida física. La
sabiduría del Antiguo Testamento y las advertencias de Santiago ambas están de acuerdo
en esto. ¡Y si el hombre quiere salvarse de tal consecuencia, tiene que
tener obras!