Pasajes Problemáticos Paulinos

del El Evangelio Bajo Sitio, Capítulo 7

por Zane C. Hodges


© 1985 por Redención Viva


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citas en comentarios acerca del libro.



Varios pasajes en las cartas Paulinas se han tomado para comprobar que las buenas obras
son el resultado inevitable de la fe que salva. Como ya se ha señalado, este tipo de
deducción destruye la base para la seguridad del creyente. Un hombre que tiene que
esperar que sus obras verifiquen su fe no puede saber sino hasta el fin de su vida si su
fe es real. ¡Esto nos lleva a la conclusión absurda que un hombre puede creer en Cristo
y no saber si ha creído en Cristo!

Naturalmente los textos Paulinos en discusión son todos consecuentes con su doctrina
fundamental de la justificación por la fe aparte de las obras. Cuando escribe el apóstol
que “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su
misericordia” (Tito 3:5), su verdadera convicción se ve claramente. Pablo nunca se
podría expresar de esa manera si consideraba las obras como la manera real por la cual
podemos saber que somos salvos. Al contrario, dirige nuestra atención, no a las obras que
nosotros hemos hecho, sino a la misericordia de Dios. ¿Cómo puede alguien
leer a Pablo y todavía pensar que solo podemos estar seguros de la misericordia de Dios
por nuestras obras?

Similarmente, Pablo escribe: “Mas al que no obra, sino cree en aquel que
justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Rom. 4:5, énfasis añadido).
¿Es imaginable que después de eso Pablo añadiría “Pero tienes que obrar o no
sabrás si realmente has sido justificado”? Tal proposición sería una distorsión
monstruosa de la verdad Paulina. Cualquier presentación del Evangelio que afirme tal cosa
debe ser rechazada rotundamente por la iglesia cristiana.

En las páginas que siguen se examinarán algunos pasajes Paulinos en los cuales se ha
alegado que hay sostén para esa afirmación. Otros se verán mas tarde en Capitulo 9 en
conexión con el tema de la herencia. El primer texto al cual daremos atención aquí es
Gálatas 6:8.

Gálatas 6:8

En Gálatas 6:7-9, Pablo escribe lo siguiente:

No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare,
eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará
corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No
nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos.

Es importante ver exactamente lo que dice este texto. La “vida eterna,” dice
Pablo, es la consecuencia directa de sembrar para el Espíritu, de hacer bien. La
corrupción es lo que uno siega si hace mal. Todo es parte de la ley de la cosecha. ¡Un
hombre consigue lo que merece conseguir!

Casi va sin decir que nada se dice aquí sobre los “resultados inevitables de la
fe salvifica.” La dirección del pasaje indica lo contrario. Los gálatas tienen que
cuidar cómo siembran. No deben suponer que se pueden “burlar” de Dios o que
pueden escapar la ley inexorable de la cosecha. La cosecha final no es una conclusión
predeterminada. Es contingente al no “desmayar” en hacer bien.

Pero igualmente no hay nada aquí sobre la justificación por la fe o el concepto de un
regalo divino. Nada esta más claro que el hecho que la “vida eterna” de la cual
habla aquí Pablo no es gratis, sino que está basada en los esfuerzos morales de los que
la siegan. Negar esto es negar el punto más obvio del texto.

Todo se clarifica, sin embargo, si tan solo recordamos que el apóstol se está
dirigiendo a creyentes (vea, por ejemplo 3:2-5) quienes ya han sido justificados por fe y
ya poseen la vida eterna como regalo gratis. Naturalmente Pablo sabía que la vida eterna
se daba gratuitamente (Rom. 6:23; vea también Rom. 5:15-18) como también lo sabía el
apóstol Juan. Pero Pablo no está hablando de lo que los gálatas ya tienen, sino
de lo que todavía pueden recibir. Esta es la clave para este texto.

No se debe olvidar que la vida eterna no es ni más, ni menos, que la misma vida de
Dios. Como tal, no se puede pensar de ella como solamente una entidad estática. En
verdad, sus potencialidades son ricas mucho más allá del alcance de nuestra
imaginación. Por esto vemos que Jesús declara, “Yo he venido para que tengan vida,
y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). De esto aprendemos que la vida
eterna se puede experimentar a más de un nivel o grado.

Pero no se puede experimentar a ningún nivel si no es primeramente recibida como un
regalo gratuito. No nos debería sorprender pues el creador del universo lo ilustra con
cada niño que nace en el mundo. Ningún hombre o ninguna mujer posee vida física que no
le haya sido dada por sus padres. ¡Entonces también la vida física es un regalo! Pero
cuando un niño nace en la esfera de esta tierra, las capacidades de esa vida–todas
presentes al nacer–él las tiene que desarrollar bajo la tutela de sus padres. Con qué
“abundancia” experimentará esa vida se determina por la manera que responde a
la instrucción y a la experiencia misma.

Así también en la esfera espiritual. Tener vida “en abundancia” es
experimentarla bajo las condiciones en las cuales florece naturalmente. Por esto, no nos
debe sorprender que la obediencia a nuestro Padre divino es esencial.

En este punto debe ser claramente declarado que en el Nuevo Testamento la vida eterna
se presenta simultaneamente como un regalo gratuito y también como una recompensa
merecida por los que la adquieren. Pero siempre se tiene que hacer una distinción. Cada
vez que se vea la vida eterna como una recompensa, su adquisición se asigna a un tiempo
futuro. Pero cuando se presenta la vida eterna como un regalo, su adquisición es asignada
al presente. Va sin decir, naturalmente, que nadie la puede recibir como recompensa si
primeramente no la ha recibido como un regalo. Esto es igual que decir que una persona
tiene primero que poseer vida antes de que la pueda experimentar abundantemente.

Si Gálatas 6:8 se interpreta como si hablara solo de la salvación final del hombre
del infierno, ¡entonces enseña claramente que esa salvación final es por obras! El no
admitir esto es no ser franco. Pero nadie excluye las obras de su doctrina de salvación
con mas vigor que Pablo, y él insiste que el combinar la gracia y las obras es alterar el
carácter de ambas cosas (vea Romanos 6:6). Gálatas 6:8 no se puede reconciliar con una
verdad Paulina fundamental mientras uno mantenga la opinión que la salvación final es el
tema.

Pero, ¿por qué mantener esa opinión? Es fácil entender cómo la medida y el grado
de la experiencia de uno en la vida de Dios tiene que depender de la medida de su
obediencia a Dios. Desde esa perspectiva la imagen de una cosecha es exacta. Tanto la
calidad como la cantidad de la semilla que uno siembra determinan la cantidad y la calidad
de la cosecha. Es obviamente sabio el que a un cristiano se le recuerde que cada cosa que
hace es como semilla sembrada en un campo. Su cosecha será o corrupción, o vida eterna.
Y ¿hay cristiano vivo que no ha sembrado para la carne más de lo debido? Claramente la
Iglesia necesita un recordatorio de la ley de vida. El decir que el tema aquí es el
destino final de un hombre, ya sea en el cielo o en el infierno, es desconocer el punto
básico de la admonición.

Si las consideraciones aquí discutidas acerca de Gálatas 6:8 son recordadas, otros
pasajes que ofrecen la vida eterna como experiencia futura basada en las obras se pueden
entender en su propio contexto. Vienen a la mente especialmente Romanos 2:6,7 y Mateo
19:29 con sus paralelos en Marcos 10:30 y Lucas 18:30. La “cosecha”
escatológica está a la vista en todos estos pasajes. Los hombres obedientes pueden segar
una experiencia de vida eterna precisamente porque son obedientes. Pero esto de ningún
modo está en conflicto con la realidad que esa obediencia es precedida por–y motivada
por–un regalo dado libremente y sin condiciones.

Colosenses 1:21-28

La perseverancia en la fe a veces se ha deducido de Colosenses 1:23 como una condición
para salvación final. El pasaje en discusión dice lo siguiente:

Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra
mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de
la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en
verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del
evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del
cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro.

Claramente la palabra “condición” es la única palabra apropiada aquí. No
hay nada que respalde el punto de vista que la perseverancia en la fe es un resultado
inevitable de la salvación. Al contrario, el texto lo muestra como una advertencia.
Naturalmente, en el contexto de la herejía colosense (Col. 2:8, 16-23) ¡es exactamente
lo que es!

Pero de nuevo se comete el error de referir la declaración del texto a la salvación
final. Palabras como “santo,” “irreprensible,” y “sin
mancha” no requieren una construcción absolutista. Un hombre puede ser descrito con
todas estas palabras, aunque no está completamente sin falta y la palabra
“irreprensible” aun se encuentra en la lista Paulina de las cualidades que deben
tener los ancianos y diáconos (1 Tim. 3:10; Tito 1:6,7). Una comparación de Colosenses
1:22 con 1:28 es particularmente instructiva.

En el 1:28 Pablo escribe lo siguiente:

A quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda
sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre.

Esta declaración está conectada con 1:22 por la presencia de la palabra especial
“presentar.” Pero aquí Pablo emplea la palabra “perfecto” que es la
palabra griega normal para “maduro” (y es usada así en 1 Cor. 2:6; 14:20; Heb
5:14). Obviamente esta palabra no tiene que significar perfección absoluta.

Es natural, entonces, ver 1:22 y 1:28 como formas un poco distintas de la misma idea.
La meta del trabajo redentor de Cristo en la cruz es la meta que sirve Pablo en su
ministerio de enseñanza. Quiere traer a los hombres a esa experiencia de santidad madura
que los capacita para ser aceptables ante Dios. Cuando comparezcan ante Él sus vidas
deberán tener su aprobación (vea también Rom. 14:10-12; 2 Cor. 5:10). Pero esto solo se
puede lograr, le advierte a sus lectores, si permanecen fundados en la fe del evangelio, y
no permiten que nuevas ideas y doctrinas los aparten lejos de las verdades fundamentales.

Como ya hemos visto, Pablo sabía perfectamente que los cristianos podían caer bajo la
influencia de la herejía (2 Tim. 2:17-19; 1 Tim. 1:18-20). Él está diciendo, entonces,
que los colosenses nunca alcanzarán madurez en santidad si escuchan las voces
equivocadas. En ese caso, no podrían ser presentados a Dios en un estado espiritual que
realmente cumpliera las metas de la cruz. Sus vidas quedarían expuestas al juicio de
Dios. Por esta razón deben permanecer fuertes en la fe que habían oido desde el
principio.

Pero de la perseverancia en la fe como condición de la salvación final, Pablo aquí
no dice nada.

1 Corintios 15:2

Quizá se piense, sin embargo, que esa idea encuentra expresión en 1
Corintios 15:1,2. Allí Pablo escribe:

Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también
recibísteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la
palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano.

El problema en entender este versículo correctamente se encuentra principalmente en la
traducción hispana. Un verbo griego muy flexible (katecho) es traducido
“retenéis.” Pero también puede ser traducido “apropiar” y en este
caso se refiere al acto de apropiar la verdad del Evangelio por la fe.

Un exámen más cuidadoso del texto griego sugiere que este es realmente el
entendimiento correcto. El orden de palabras en el griego puede ser representado de la
siguiente manera: “por el cual sois salvos, por la palabra que os he predicado, si la
apropiais, si no creísteis en vano.” Viendo esto, parece que Pablo está pensando
del efecto salvífico de la palabra predicada cuando se apropia debidamente, a menos que
el hecho de la apropiación por fe hubiera sido en vano.

Lo que quiere decir por “creísteis en vano” se hace claro en los versículos
14 y 17:

Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también
vuestra fe.
Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aun estáis en vuestros pecados.

1 Corintios 15:1,2 se tienen que leer, entonces, a la luz de lo que sigue. Es decir, la
discusión acerca de la resurrección. Pablo simplemente está diciendo, en el versículo
2, que el Evangelio que él les predicó es un Evangelio que salva cuando es apropiado por
fe, es decir, si la resurrección no es falsa. Si es falsa no ha ocurrido ninguna
salvación y la fe que ejercitaron sus lectores es vana. Pero naturalmente Pablo insiste
absolutamente en la realidad de la resurección de Cristo. Por esa razón no piensa que
los corintios hayan creído en vano.

Pero ni aquí, ni en ninguna otra parte de las cartas Paulinas, enseña el apóstol que
la perseverancia en la fe es condición de, o resultado inevitable de, la salvación final
del infierno.

1 Corintios 1:8

En el primer capítulo de la primera Epístola a los Corintios Pablo habla
positivamente y con buena esperanza de los prospectos espirituales de esa iglesia. El
contexto muestra claramente que habla de todo el cuerpo de la iglesia:

Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en
Cristo Jesús; porque en todas la cosas fuísteis enriquecidos en él, en toda palabra y
en toda ciencia; así como el testimonio acerca de Cristo ha sido confirmado en vosotros,
de tal manera que nada os falta en ningún don, esperando la manifestación de nuestro
Señor Jesucristo; el cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis
irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por el cual
fuísteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor.

La iglesia corintia es aquí elogiada porque está tan ricamente suplida con dones
espirituales, porque el testimonio de Cristo ha recibido confirmación en la vida y la
experiencia de la iglesia, y porque espera con gozo la venida de Cristo. La esperanza de
Pablo es que Dios traerá a esta iglesia al punto en que no tenga falta ante Él (¡la
carta muestra que la iglesia todavía tiene larga distancia que recorrer!) y basa su
esperanza sobre la fidelidad de Dios. Pablo está seguro que los problemas múltiples en
Corinto, los cuales va a discutir, pueden ser resueltos.

Sería un error leer un punto diferente en este texto. No se encuentra aquí ninguna
garantía que cada cristiano individual será traído al punto donde su vida cristiana
esté sin falta ante Dios. (La palabra traducida “sin falta” aquí es la misma
traducida “irreprensible” en Colosenses 1:22.) En la mente de Pablo no existía
tal garantía.

Esto se ve perfectamente en esta misma epístola. En el capítulo 3 el apóstol
describe la evaluación de la vida y las obras que cada cristiano recibirá algun día en
presencia de Cristo (vea, de nuevo, Rom. 14:10-12; 2 Cor. 5:10). Sus palabras son las
siguientes:

Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es
Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras, preciosas,
madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la
declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cual sea, el fuego la
probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la
obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque
así como por fuego (1 Cor. 3:11-15).

Es evidente en este texto que Pablo contempla la posibilidad de que en el día de
evaluación divina, la obra de un cristiano puede ser quemada. El verbo griego en el
versículo 15 (el que es traducido “quemare”) es un verbo intensivo que
significa algo como “quemada completamente.” Si las obras de un cristiano
sufrieran tal suerte, Pablo todavía afirma que no sería afectado su destino eterno.
“El mismo será salvo, aunque así como por fuego.”

Esta aserción se hace tan claramente que uno se maravilla que haya sido ignorada tan
extensamente. Obviamente, si las obras de un cristiano son “quemadas
completamente” no se presentará ese creyente “irreprensible” ante Dios.
Entonces, 1:8 no fue escrito con la intención de afirmar que todo cristiano se
presentará “irreprochable” ante el juicio de Dios. Pablo está hablando en 1:8
del estado en el cual espera presentar a la iglesia de Corinto corporal, no
individualmente.

Pero aun con esto en mente uno tiene que ser precavido de no leer más significado en
estas palabras de lo que tienen. Si un consejero le dice a una persona con problemas,
“Dios te dará fuerza y te guiará hasta el final,” esta declaración no se debe
mirar como si fuera una garantía sin condiciones. Mas bien es una expresión de la
convicción del consejero que esta persona puede confiar en Dios en tiempo de necesidad.
Naturalmente, se espera que la persona apropiará esa ayuda en la manera correcta.

En 1 Cor. 1:4-9 Pablo comienza su epístola en una nota positiva. Felicita a la iglesia
por aquello que merecía aprobación (¡también había mucho que criticar!) y expresa la
esperanza que Dios los “confirmará hasta el fin,” eso es, les dará fuerza,
para que se encuentren “sin falta en el día de nuestro Señor Jesucristo.” Pero
va sin decirlo que los corintios tienen que querer esa fuerza y tienen que
apropiarla correctamente. El punto principal de Pablo es que Dios suplirá esa ayuda,
porque es fiel (versículo 9). Los que elevan la declaración en 1:8 hasta el nivel de una
pronunciación teológica acerca de la perseverancia cristiana han malinterpretado la
semántica del texto. ¡También han creado una teología falsa!

Filipenses 1:6

Como muchos han notado, la carta a los filipenses es una “tarjeta de
agradecimiento.” Los filipenses habían mandado un regalo monetario a Pablo por el
cual estaba profundamente agradecido (4:10-19). Naturalmente, al principio de la epístola
también alude a la generosidad material. En 1:3-6 escribe:

Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros, siempre en todas mi
oraciones rogando con gozo por todos vosotros, por vuestra comunión en el evangelio,
desde el primer día hasta ahora; estando persuadido de esto, que el que comenzó en
vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.

Es natural el entender este pasaje con referencia especial a la generosidad reciente de
los filipenses. Se implica esto con algún grado de claridad por la palabra griega
“comunión” que muchas veces tiene el sentido de “un compartir mutuo,”
y hasta puede significar “contribución” (vea Rom. 15:26). Pablo les está
asegurando a los filipenses que su “buena obra” de compartir en la diseminación
del evangelio será llevada a su conclusión fructífera por Dios. Sus efectos totales
(por ejemplo, la ganancia de almas) serán solamente manifiestos en el día de Jesucristo.

En verdad, esta epístola se puede ver como parte del fruto que produjo esa “buena
obra,” porque el regalo que mandaron los filipenses fue la ocasión de esta carta.
Cualquier impacto espiritual que haya tenido esta carta sobre la iglesia durante los
siglos (y ¿quién puede calcularlo?) viene a ser, entonces, parte de los
“intereses” que se han acumulado a la cuenta de esta simple inversión material
que hicieron los filipenses en la causa de Cristo. Se puede sugerir, en verdad, que cada
buena obra que hacemos tiene potencial para usos que se extiende mucho más que lo que
haya sido la intención original. Solo Dios puede “perfeccionar” nuestras buenas
obras y darles su impacto completo, muchas veces un impacto que perdura por muchos años
más que la vida de la persona “en” la cual la buena obra comenzó. ¡Solo el
día de Cristo manifestará todo lo que hará Dios con lo que hagamos por él!

Filipenses 2:12,13

Más pertinente a los temas bajo discusión es Filipenses 2:12,13. Allí escribe Pablo:

Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia
solamente, sino mucho más ahora en mis ausencia, ocupáos en vuestra salvación con temor
y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su
buena voluntad.

Es evidente que si la “salvación” de la cual aquí habla Pablo se refiere a
escapar del infierno, entonces la obediencia en buenas obras es una condición en
ese escape. Una vez más no hay base alguna para impartir a este pasaje el punto de vista
que las obras son solo la evidencia de la fe verdadera. Ese concepto no tiene nada que lo
respalde en el texto. Es una evasión semántica de la aserción clara de Pablo que uno
tiene que “obrar en” esta “salvación.” ¡La salvación aquí
presentada es manifiestamente una salvación por obras!

Deducimos de esto que Pablo está hablando de algo diferente a la salvación que
presenta en Efesios 2:8,9 y Tito 3:4-7. Y sí lo está haciendo. Solo en dos otros lugares
en esta epístola usa Pablo la palabra “salvación.” Uno de estos dos lugares es
en 1:19,20, donde escribe:

Porque sé que por vuestra oración y la suministración del Espíritu de
Jesucristo, esto resultará en mi liberación, conforme a mi anhelo y esperanza de que en
nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será
magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte.

La palabra traducida “liberación” aquí es la misma palabra griega traducida
“salvación” en Fil. 2:12,13. Es una palabra que el lector del primer siglo no
tendría problema en entender. La palabra griega (soteria) quiere decir simplemente
“rescate” o “liberación.” Al igual que la palabra hispana
“rescate” tenía una gran variedad de usos y era muy aplicable a situaciones
donde la vida de uno estaba en peligro. Pablo se está enfrentando a una situación donde
su vida está en peligro a causa de un juicio Romano, el resultado del cual no se podía
predecir con exactitud.

Sus lectores, por supuesto, sabían esto. Cuando Pablo escribe, “Esto resultará
en mi liberación,” la impresión de los lectores sería que Pablo anticipaba la
liberación de su cautiverio. Pero el resto de sus palabras muestra que esto no es lo que
tiene en mente. “Para mí,” dice Pablo, “la verdadera “liberación’ (o
“salvación’) consistirá en magnificar a Cristo, o en vida, o en muerte. Para esto
necesito sus oraciones y la ayuda del Espíritu de Dios.”

De modo muy valiente, entonces, Pablo eleva su preocupación natural con
“rescate” (o “salvacion”) del peligro al nivel de una preocupación
espiritual que será “rescatado” (o “salvado”) de una falta de honrar
a Dios en cualquiera situación que le acontezca. Al decir esto, por supuesto, espera
motivar a sus lectores en la misma dirección.

Eso lo hace directamente un poco más tarde en el mismo capítulo. En 1:27-29 escribe:

Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea
que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo
espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio, y en nada intimidados por los
que se oponen, que para ellos ciertamente es indicio de perdición, mas para vosotros de
salvación; y esto de Dios. Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no solo
que creáis en él, sino también que padezcáis por él.

Esta admonición por el Apóstol aplica a los lectores la misma idea que apenas había
expresado con referencia a sí mismo. Pero ellos también pueden ambicionar un
“rescate” (o “salvación”) en el cual Cristo es magnificado en sus
vidas. Si quedan unidos en el evangelio y no son intimidados por sus adversarios, será la
prueba más clara que este “rescate” (o “salvación”) se está
realizando en sus vidas. Por contraste, su valentía y fidelidad señala la ruina de sus
adversarios, tanto temporal como eternamente.

Pablo sabe, como también sus lectores, que hay un “rescate” (o
“salvación”) del infierno que ya han obtenido por fe en Cristo. Pero el
“rescate” (o “salvación”) que les ofrece aquí es adicional al que ya
tienen. Es un rescate que viene de los sufrimientos. Por eso puede decir, “A vosotros
os es concedido . . . no solo que creáis en él, sino también que padezcáis por
él.” En otras palabras, así como hay una salvación por fe, también hay una que
viene a través de sufrimientos. ¡Eso también se te condede!

¡Pero “esta” salvación (o “rescate”) tiene que ser ganada!
Es el producto de obediencia hasta en las condiciones de más prueba. Cuando Filipenses
2:12,13 se conecta, como lo debe ser, a esta discusión anterior de
“salvación,” entonces su significado es clarificado. Como esta
“salvación” consiste primordialmente en honrar a Cristo por vida o por muerte,
es necesariamente inseparable de una vida de obediencia. En las palabras que siguen
inmediatamente en 2:14-16 la calidad de esta vida se describe una vez más. Se les exhorta
a los filipenses que sean “hijos de Dios sin mancha en medio de una generación
maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo”
(2:15). Tal resultado sería un triunfo claro, un tipo de “rescate” o
“salvación” espiritual en medio de una situación hostil y peligrosa en esta
tierra.

Cuando se toma en consideración la traducción griega del Antiguo Testamento, se puede
decir con seguridad que el sentido más común de la palabra “salvación” en la
Biblia griega es la del rescate del pueblo de Dios de sus tribulaciones y problemas. Esto
se ve sobre todo en los Salmos. Entre las referencias que pueden ser citadas están Salmo
3:8; 18:3,35,46,50; 35:3; 37:39; 38:22; 44:4; etc. En todos estos lugares, y muchos más,
la versión griega Septuaginta (la traducción oficial al griego del Antiguo Testamento
entre los judíos antiguos) emplea la palabra “soteria”
(“salvación”). Por esta razón los cristianos del primer siglo tendrían
igualmente la tendencia de interpretar “salvación” de esta manera como de
interpretarla como un escape del infierno.

Los expositores del Nuevo Testamento se olvidan de esto muy frecuentemente. En
lugar de considerar cuidadosamente el sentido que puede llevar “salvación” en
cierto contexto, hay una especie de “reflejo expositivo” que automaticamente
relaciona esa palabra con la salvación final del infierno. Este tipo de tratamiento sin
un exámen de muchos pasajes neotestamentarios ha causado mucha confusión no solo
exegéticamente sino también doctrinalmente. El intérprete serio del Nuevo Testamento
debe cuidadosamente evitar las interpretaciones que se basen solamente en la cultura
presente sin tomar en cuenta lo que entenderían los lectores originales. En vez de hacer
eso, deberían averiguar por medio del contexto exactamente qué tipo de
“rescate” tiene en mente el autor. En una instancia podría ser el
“rescate” de muerte a vida, o del infierno al cielo, pero podría ser también
un rescate de problemas, sufrimiento, peligro, o tentación. El contexto–a veces el
contexto mayor del libro entero, como en Romanos o Hebreos–tiene que determinar el
sentido exacto.

Además, en la enseñanza de Jesús surge una nota distintiva no encontrada en las
formulaciones del Antiguo Testamento acerca de la “salvación.” Mientras el
santo del Antiguo Testamento pensaba instintivamente de la preservación de su vida
física, al santo bajo el nuevo pacto se le enseña a ir más allá de este concepto. De
acuerdo a las palabras de Jesús, un hombre puede “salvar su vida” aun cuando la
pierda (vea Mat. 16:25 y paralelos). Esta paradoja sugiere que ni la propia muerte puede
anular el valor de una vida vivida como discípulo de Cristo. Tal vida sobrevive toda
calamidad y da fruto en recompensa y gloria eterna.

Pablo no está lejos de tal pensamiento en Filipenses. El ser verdaderamente
“rescatado” en el sufrimiento no quiere decir necesariamente que uno lo
sobreviva, sino que glorifique a Cristo en ese sufrimiento. La misma idea se encuentra
presente en la mente del apóstol Pedro en un pasaje famoso acerca del sufrimiento, la
cual se encuentra en 1 Pedro 1:6-9. La expresión en el versículo 9 traducida “la
salvación de vuestras almas” es mejor traducido de acuerdo a su sentido griego
usual, eso es “la salvación de vuestras vidas.” Pedro describe la experiencia
Mesiánica en la cual el creyente participa primero en los sufrimientos de Cristo con el
propósito de poder posteriormente también compartir en la gloria que resulta de esos
sufrimientos (1 Pedro 1:10,11). De esa manera su “vida” es salvada, aun cuando
sea perdida, porque da fruto en “alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado
Jesucristo” (1 Pedro 1:7).

Más que esto, se puede decir que no hay ni un solo lugar en el Nuevo Testamento donde
la expresión “salvar el alma” tenga el sentido de salvarse uno del infierno. No
se puede mostrar que los griegos entendían esa frase en ninguna otra manera de la
idiomática, es decir, “salvar la vida.” La idea de “salvar el alma”
con referencia a la salvación final quizá se debe un poco a la influencia de la
discusión de la filosofía griega, pero este uso moderno de la expresión es basicamente
ajeno al mundo del Nuevo Testamento.

En Filipenses Pablo nunca usa la palabra “salvación” para referirse al
concepto del cielo o el infierno. Después de todo, ¡él y sus lectores sabían a
donde iban! Sus nombres estaban escritos en el libro de la vida (Fil. 4:3)!

Conclusión

Dentro del alcance limitado de este libro es obvio que no se puede tocar cada pasaje
que en uno u otro tiempo se ha usado para probar que Pablo consideraba las buenas obras
como el fruto inevitable de la fe. Pablo simplemente no creía eso acerca de las obras,
aunque no hay escritor que insiste más fuertemente que el cristiano debe hacerlas. Desa
fortunadamente al apóstol no se le ha dado el crédito merecido en el area de ser
constante con su insistencia fundamental que las obras no tienen nada que ver en la
determinación de la relación básica entre el creyente y Dios. Esa relación en el
pensamiento de Pablo, está fundada en la gracia pura, y nada más.

Muchas veces las declaraciones de Pablo son tratadas de una manera muy limitada. Aunque
todas las epístolas que escribió están escritas a esos que ya han venido a la fe
salvífica, sus aserciones se toman como si estuviera constantemente preocupado por el
destino eterno de sus lectores. Pero no había razón para tal preocupación, y sus muchas
afirmaciones directas de que sus audiencias habían experimentado la gracia de Dios
enseñan que no lo estaba. Tales afirmaciones abundan en las cartas de Pablo, y Efesios 2
y Tito 3 solo son las más notables. Afirmaciones como: “Porque habéis sido
comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu,
los cuales son de Dios” (1 Cor. 6:20) enseñan exactamente lo que él creía acerca
de la relación de sus lectores con Dios. No hay lugar en todas las cartas Paulinas donde
Pablo exprese duda sobre si su audiencia estaba compuesta de verdaderos cristianos.

Así que, cuando escribe el apóstol, “porque todos los que son guiados por el
Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios” (Rom. 8:14), no está ofreciendo una
“prueba” por la cual sus lectores pueden decidir si son salvos o nó. Sus
lectores ya poseen una fe que “se divulga por todo el mundo” (Rom. 1:8) y gozan
de “paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” y tambien
“entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes” (Rom. 5:1,2; nótese
el uso repetido de la primera persona plural). Que haya posibilidad de que estos no sean
regenerados es una idea ajena a la mente del apóstol.

Pero para Pablo el concepto de ser “hijo de Dios” era más que ser
simplemente regenerado. Como explica en Gálatas 4:1-7, ser un “hijo” es tener
privilegios de adulto, en contraste a un “niño” quien está bajo “tutores
y curadores” (Gal. 4:1,2). Esto, por supuesto, significa que un cristiano como
“hijo” es libre de la ley. Entonces la declaración en Romanos 8:14 tiene la
misma fuerza que Gálatas 5:18: “Pero si sóis guiados por el Espíritu, no estáis
bajo la ley.” Esto es verdad como lo confirma la referencia al “espíritu de
esclavitud” en Rom. 8:15.

Como resultado, en Romanos 8:14 y Gálatas 5:18, Pablo habla de cómo nuestra libertad
con referencia a la ley se puede realizar en la experiencia. Cuando el Espíritu guía la
vida ya no hay servidumbre legal. El creyente entra a la libertad de ser un verdadero
“hijo” de Dios y esa realidad se manifiesta en su experiencia cotidiana.

Tampoco se debe ver en un versículo como Tito 1:16 alguna “prueba” de
regeneración: “Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo
abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a todo buena obra.” Es superficial tomar
“niegan” como si no significara nada más que “no ser cristiano.” Un
poco de reflexión nos enseña que hay varios modos en que un cristiano puede
“negar” a Dios. Lo puede hacer verbalmente, como lo hizo Pedro antes de
la crucifixion, y también lo puede hacer moralmente, por medio de una vida que
contradice las implicaciones de la verdad que profesa. La facilidad con que esto se puede
hacer (un solo hecho que contradiga nuestra profesión lo puede lograr) es una cosa que
cada cristiano honesto puede admitir.

Además, las personas de quienes habla Pablo en 1:16 son evidentemente las mismas de
quienes dice el versículo 13: “por tanto, repréndelos duramente, para que sean
sanos en la fe.” El ser “sano” es lo opuesto de estar “enfermo”
en la fe. Estos individuos, entonces, no son personas que no están “en la fe.”
Son personas espiritualmente “enfermas” quienes necesitan que se les reprenda
para restaurarles a buena salud. ¡Tan lejos está Tito 1:16 de enseñar que el cristiano
no puede caer desastrosamente del camino de las buenas obras, que enseña exactamente lo
contrario!

Finalmente, una expresión como “obediencia a la fe” (Rom. 1:15; 16:26) no
tiene nada que ver con las obras que provienen de la salvación. Esta verdad es reconocida
por muchos quienes saben que la expresión griega en ambos pasajes se traduce literalmente
“obediencia a la fe.” En armonía con un uso bien conocido de este tipo de
expresión, la obediencia en discusión se trata de la misma fe. Dios exige que el hombre
ponga su fe en Él, y en su Hijo, y se enoja con ellos cuando no lo hacen (Juan 3:36). La
fe es una respuesta obediente a la llamada del Evangelio. Pero el hombre quien la ejercita
simplemente saca la mano para recibir la simple gracia de Dios.

El apóstol Pablo permanece, entonces, como el apóstol de la gracia divina. Sin duda
habían aquellos que podían torcer sus palabras para convertirlas en principios
antinomianos (vea Rom. 3:8). Pero esto nunca evitó a Pablo el predicar lo gratuito de la
salvación de Dios, ni tampoco de inculcar un estilo de vida verdaderamente sensible a
esta generosidad divina. Pero el apóstol también era un realista y un pastor que
conocía demasiado bien las fallas en las cuales caen los cristianos.

Pero, con todo eso, no modifica su concepto de la gracia de Dios que salva, sino que
redobla sus esfuerzos para exhortar a sus compañeros a vidas que honran el llamamiento
divino (Efe. 4:1).

Puede decirse con seguridad que ningún hombre en la historia de la iglesia–con la
excepción del mismo Señor Jesucristo–motivó más a los creyentes y los amenazó menos
que este gran siervo de Dios. Aquellos que sienten que es imposible inspirar vidas de
obediencia sin poner en duda la salvación de aquellos a quienes exhortan, tienen mucho
que aprender de Pablo.